miércoles, 11 de enero de 2017

El mito del Caribe y las “mamis ardientes”


T. no es de Venezuela. Vino a pasar unos meses. Ya a punto de irse me cuenta que se queda con cierto hastío respecto a la forma en cómo las mujeres venezolanas se relacionan: “Esperan ser cortejadas, como si los hombres debiéramos ganarnos cualquier atención que ellas nos den. Eso hace complicado lograr un encuentro sexual casual. Al principio se muestran arrojadas, tienen acercamientos físicos hasta osados, pero cuando uno quiere ir más allá se retractan o todo se complica. Terminan siendo más conservadoras que las mujeres no caribeñas”.
Hace un par de años, en la lectura del veredicto de un concurso venezolano de narrativa erótica, una muchacha del público pidió el derecho de palabra para hablar sobre la hipocresía de una sociedad venezolana que se jacta de sus libertades sexuales caribeñas pero que en su mayoría termina siendo bastante pacata.
Un par de entrevistados que han vivido en Venezuela varios años se “quejan” de lo mismo: “Está esa premisa de la sangre y el cuerpo caliente del ser caribeño. Las mujeres actúan con provocación a veces, como si no se complicaran por lo sexual, pero después de que sucede esperan más, o se lo toman todo a pecho y quieren que algo superficial se vuelva más serio”.

Ninfómanas y vírgenes. No hay términos medios


¿De dónde provienen los estereotipos de las mujeres caribeñas y su “libertad sexual”? ¿A qué se deben estas construcciones culturales y raciales del género? ¿Desde dónde se mantiene la idea de la “mami negra”, la “latina ardiente” y su contraparte criticada, la “virgen abnegada” o “dulce María”? Yosjuan Piña Narváez (“erchxs”), activista que ha investigado sobre los procesos de opresión y colonización de los cuerpos y disidencias sexuales, explica: “Todo pasa por la construcción de estxs cuerpxs otrxs bajo la mirada blanca durante el proceso colonial. Es decir, nosotrxs, cuerpxs disidentes, negrxs, indixs, etnoracializadxs, fuimos construidos primero desde la animalidad, luego desde lo ‘extraño’ lo ‘raro’, lo exótico. Mientras que el centro de la ‘normalidad’, de las ‘corporalidades’, es el cuerpo blanco, norte-europeo, delgado, joven o juvenilizado y sin diversidad funcional que lo aleje del plano de la ‘normalidad’”. Piña Narváez señala que los cuerpos caribeños (“cuerpos otros”), formaron/forman parte del deseo de los cuerpos hegemónicos “quienes se encargaron de apropiar, intervenir, violar, erotizar ‘lo extraño’, exotizar lo ‘raro’. Ero-exotizarnos a lxs cuerpxs racializadxs como cuerpxs consumibles, devorables, extraíbles, intercambiables.” Esta “exotización” no se limitó a la mirada blanca/europea, se extendió por toda América Latina, creando la imagen de una población caribeña hipersexual, de tropicals bombshells (bombas tropicales sexuales). Caló en los imaginarios de las propias identidades del Caribe, que se manejan entre la dicotomía de seguir imitando los estereotipos coloniales impuestos como caribeñas picantes o como santas Marías.
Justamente entre los argumentos manifestados al principio de este texto se resalta la incomodidad del comportamiento de las mujeres entre el binarismo de la “latina hot” y la “dama católica”. Desde estos estereotipos se culpa y señalan las formas en que las mujeres caribeñas asumen su sexualidad. Carolina Serrano-Barquín y Patricia Zarza-Delgado, en su trabajo El erotismo como consumo cultural que evidencia violencia simbólica, plantean: “En el imaginario masculino de dominación surgieron dos míticos personajes femeninos: una, la voluptuosa, seductora y ninfómana, o la otra; la casta, fiel y sumisa virgen que sólo sirve para la procreación, mientras que el imaginario de lo femenino está plagado de historias que demuestran la peligrosidad de ese animal incontenible que ha representado la mujer, ya sea demoníaca o virtuosa, a lo largo de la historia y que, según esta tradición, a las mujeres hay que encerrarlas, esconderlas, atosigar con prejuicios, ascos y pudores; extrañarlas de sus cuerpos”.

No siempre tengo las piernas abiertas. No siempre quiero solo sexo


A la vez hay un elemento a tomar en cuenta: “Si bien la sensualidad está muy ligada a la seducción, no necesariamente implica una práctica sexual”, explican las autoras. Esta aclaratoria es pertinente cuando se asumen las manifestaciones corporales de las mujeres, y sus expresiones de deseo, como una inmediata invitación al sexo. Cuando la mujer aclara y se niega a acceder a un acto más íntimo es señalada como “calientona”, pacata, no se reconoce su derecho a negarse, ni su construcción y manifestación del deseo. Y si accede pero manifiesta la pretensión de profundizar en otro tipo de relación más continua, es tildada de enrollada, complicada. Queda sujeta al rechazo de un policía moral, comenta Piña Narváez: “Este policía moral te dice que no eres lo suficientemente progre y liberal, y que yo, hombre, soy quien te va a decir cómo vas a hacer la revolución sexual, el que trae el patrón de la liberación sexual, la franquicia colonizadora de la sexualidad que nosotras, sudakas, debemos acatar porque somos mojigatas”.
Antonia Domínguez Miguela en la investigación Esa imagen que en mi espejo se detiene: la herencia femenina en la narrativa de latinas en EE.UU, habla de valores culturales, modelos y roles asfixiantes y difíciles de combatir debido a su larga permanencia, y que ejercen presión sobre los comportamientos de la mujer dentro de la cultura latina: “Son creados por el sistema patriarcal para controlar el comportamiento social y familiar de la mujer que es automáticamente condenada al ostracismo y rechazo general si no sigue los modelos clasificados como positivos y deseables por la comunidad patriarcal”. Es el deber de demostrar que efectivamente tenemos un deseo sexual a flor de piel, pero la obligación de comportarnos con decoro: caliente pero no puta.

Luchar por tumbar el mito


El desconocimiento de la cultura caribeña, la xenofobia y el racismo refuerzan los prejuicios sobre los cuerpos y deseos, y perpetúan la dominación y colonización. Hay que soltar las nociones de un Caribe/ paraíso tropical para el turismo sexual, y de caribeñas que no saben lo que quieren pero deberían ceder a sus “instintos naturales” que supuestamente las diferencian de las anglosajonas. Estas lecturas llevan a bordes peligrosos: “Lxs cuerpxs negrxs, indios son aún la base para la extracción de capital monetario, simbólico, capital afectivo en la economía de cuidados y en la economía de los placeres y deseos: en la dimensión de los deseos se junta con el imaginario esa imagen de las feminidades afrolatinas, caribeñas, como cuerpos hipersexualizados reggaetoneras, salseras, bachateras. Mujer negra con frutas en la cabeza, “sexy”, a quienes se le demanda hipersensualidad”, comenta Piña Narváez.
Nuestras posibilidades están en identificar estas imposiciones culturales, no seguir perpetuando estos mitos, no seguir interiorizando las ideas de mujeres putas, santas, buenas y malas, que no solo favorecen la dominación de nuestras sexualidades, sino que según expone Domínguez Miguela: “favorecen el enfrentamiento de mujeres de diferentes generaciones, contribuyendo decisivamente a la distorsión de las relaciones femeninas más fuertes”.
 
KC

Tomado de https://www.vtactual.com/es/el-mito-del-caribe-y-las-mamis-ardientes/ en 11 de enero de 2017.

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