(122) Que nadie,
por joven, tarde en filosofar, ni, por viejo, de filosofar se canse. Pues para
nadie es demasiado pronto ni demasiado tarde en lo que atañe a la salud del
alma. El que dice que aún no ha llegado la hora de filosofar o que ya pasó es
semejante al que dice que la hora de la felicidad no viene o que ya no está
presente. De modo que han de filosofar tanto el joven como el viejo; uno, para
que, envejeciendo, se rejuvenezca en bienes por la gratitud de los acontecidos,
el otro, para que, joven, sea al mismo tiempo anciano por la ausencia de temor
ante lo venidero. Es preciso, pues, meditar en las cosas que producen la
felicidad, puesto que, presente ésta, lo tenemos todo, y, ausente, todo lo
hacemos para tenerla.
(123) Lo que te
he aconsejado continuamente, esas cosas, practícalas y medítalas, admitiendo
que ellas son los elementos del buen vivir…
Acostúmbrate a
considerar que la muerte no es nada en relación a nosotros. Porque todo bien y
todo mal está en la sensación; ahora bien, la muerte es privación de sensación.
De aquí [se sigue] que el recto conocimiento de que la muerte no es nada en
relación a nosotros hace gozosa la condición mortal de la vida, no añadiéndole
un tiempo ilimitado, sino apartándole el anhelo de inmortalidad.
(125) Pues no
hay nada temible en el vivir para aquel que ha comprendido rectamente que no
hay nada temible en el no vivir. Necio es, entonces, el que dice temer la
muerte, no porque sufrirá cuando esté presente, sino porque sufre de que tenga
que venir. Pues aquello cuya presencia no nos atribula, al esperarlo nos hace
sufrir en vano.
Así, el más
terrorífico de los males, la muerte, no es nada en relación a nosotros, porque,
cuando nosotros somos, la muerte no está presente, y cuando la muerte está
presente, nosotros no somos más. Ella no está, pues, en relación ni con los
vivos ni con los muertos, porque para unos no es, y los otros ya no son… (126) <El
sabio, en cambio,> no teme el no vivir: pues ni le pesa el vivir ni estima
que sea algún mal el no vivir. Y así como no elige en absoluto el alimento más
abundante, sino el más agradable, así también no es el tiempo más largo, sino
el más placentero el que disfruta. El que recomienda al joven vivir bien, y al
viejo bien morir, es necio, no sólo por lo agradable de la vida, sino también
porque es el mismo el cuidado de vivir bien y de morir bien. Pero mucho peor es
el que dice que bueno es no haber nacido, o, habiendo nacido, franquear cuanto
antes las puertas del Hades.
(127) Pues si
está convencido de lo que dice, ¿cómo es que no abandona la vida? Porque eso
está a su disposición, si es que lo ha querido firmemente; pero si bromea, es
frívolo en cosas que no lo admiten.
Ha de recordarse
que el futuro <ni es completamente nuestro> ni completamente no nuestro,
a fin de que no lo esperemos con total certeza como si tuviera que ser, ni
desesperemos de él como si no tuviera que ser en absoluto.
Consideremos,
además, que, de los deseos, unos son naturales, otros vanos, y de los
naturales, unos son necesarios, otros sólo naturales; de los necesarios, unos
son necesarios para la felicidad, otros para la ausencia de malestar del
cuerpo, otros para el vivir mismo…
Estas cosas,
pues, y las que les son afines, medítalas noche y día dentro de ti <y>
con quien sea semejante a ti, y nunca, ni en vigilia ni en sueño, padecerás
turbación, sino que vivirás como un dios entre los hombres. Pues en nada se
parece a un viviente mortal el hombre que vive entre bienes inmortales.
[1]La Carta a Meneceo tiene un valor
precioso, porque en ella ofrece Epicuro un resumen de su concepción ética”.
Epicuro (Samos, 341 a. C. - Atenas, 270 a. C.), fue un filósofo griego,
fundador de la escuela que lleva su nombre (epicureísmo). Los aspectos más
destacados de su doctrina son el hedonismo y el atomismo. Cf. Epicuro, Carta a
Meneceo, Noticia, traducción y notas de Pablo Oyarzún R., en Onomázein Revista
de Lingüística, Filología, Pontificia Universidad Católica de Chile; Santiago
Chile, 1999, pp.403-425.
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