Esta es la
pregunta primera y principal de la filosofía. ¿Cómo puede contestársela? La
definición se puede hallar en el hombre mismo y en cada hombre por separado.
¿Pero es justa? En cada hombre puede hallarse lo que es "cada
hombre".
Pero a nosotros
no nos interesa lo que es cada hombre por separado o, lo que es lo mismo, cada
hombre en cada momento. Si pensamos en esto, veremos que con la pregunta sobre
qué es el hombre queremos significar: ¿Qué puede llegar a ser el hombre? ¿Puede
dominar su destino? ¿"Hacerse", crearse una vida? Decimos, por lo
tanto, que el hombre es un proceso y, precisamente, que es el proceso de sus
actos. Pensando un poco veremos que la pregunta ¿qué es el hombre? no es una
pregunta abstracta u "objetiva". Nace del hecho de haber reflexionado
sobre nosotros mismos y sobre los demás, y del hecho que queremos saber, en
relación con lo que hemos reflexionado y visto, qué somos y podemos llegar a
ser; si realmente, y dentro de qué límites, somos los "artífices de
nosotros mismos", de nuestra vida y de nuestro destino. Y esto queremos
saberlo "hoy", en las condiciones dadas hoy en día, de la vida
"de hoy" y no de cualquier vida y de cualquier hombre:
La pregunta ha
nacido y recibido su respuesta de especiales y determinados modos de considerar
la vida del hombre; el más importante de estos modos es la
"religión", y una religión determinada: el catolicismo. En realidad,
al preguntamos "¿qué es el hombre?", ¿qué importancia tiene su
voluntad y su actividad concreta en la creación de sí mismo y en la vida que
vive?, queremos decir: "¿es el catolicismo una concepción exacta del
hombre y de la vida? Cuando somos católicos, es decir, cuando hacemos del
catolicismo una norma de vida, ¿erramos o estamos en la verdad?" Todos
tienen la vaga intuición de que hacer del catolicismo una norma de vida es
equivocarse; tan cierto es esto, que nadie se atiene al catolicismo como norma
de vida, aunque se declare católico. Un católico integral, que aplicase en cada
acto de su vida las normas católicas, parecería un monstruo; cosa que es, indudablemente,
la crítica más rigurosa del catolicismo, y la más perentoria.
Los católicos
dirán que ninguna otra concepción es seguida puntualmente, y tienen razón. Pero
ello demuestra solamente que de hecho no existe históricamente un modo de
concebir y de actuar igual para todos los hombres, y mucho menos un modo único;
que no hay ninguna razón favorable al catolicismo, aun cuando este modo de
pensar y de obrar esté organizado desde hace siglos; lo cual no ha ocurrido con
ninguna otra religión con los mismos medios, el mismo espíritu de sistema, la
misma continuidad y centralización. Desde el punto de vista
"filosófico", lo que no satisface en el catolicismo es el hecho de
que éste, a pesar de todo, coloca la causa del mal en el hombre individual mismo,
esto es, que concibe al hombre como individuo bien definido y limitado. Todas
las filosofías existentes hasta ahora reproducen, puede decirse, esta posición
del catolicismo, o sea, que conciben al hombre como individuo limitado a su
individualidad y al espíritu como tal individualidad. Y en este punto es
necesario reformar el concepto de hombre. Es preciso concebir al hombre como
una serie de relaciones activas (un proceso) en el cual, si bien la
individualidad tiene la máxima importancia, no es, sin embargo, el único
elemento digno de consideración. La humanidad que se refleja en cada
individualidad está compuesta de diversos elementos: 1) el individuo; 2) los
otros hombres; 3) la naturaleza. Pero el segundo y tercer elemento no son tan
simples como puede parecer. El hombre no entra en relación con los demás
hombres por yuxtaposición, sino orgánicamente, es decir, en cuanto forma parte
de organismos, desde los más simples hasta los más complejos. Así, el hombre no
entra en relación con la naturaleza simplemente por el hecho de ser él mismo
naturaleza, sino activamente, por medio de la técnica y el trabajo. Y aún estas
relaciones no son mecánicas. Son activas y conscientes; corresponden al grado
mayor o menor de conciencia que de ellas tenga el hombre. Por ello se puede
decir que cada cual se cambia a sí mismo, se modifica, en la medida en que
cambia y modifica todo el conjunto de las relaciones de las cuales es el centro
de anudamiento. En este sentido, el filósofo real no es y no puede ser otra
cosa que el político, es decir, el hombre activo que modifica el ambiente,
entendido por ambiente el conjunto de las relaciones de los que el hombre forma
parte. Si la individualidad misma es el conjunto de estas relaciones, crearse
una personalidad significa adquirir conciencia de esas relaciones, y modificar
la personalidad significa modificar el conjunto de estas relaciones.
Pero, como ya se
ha dicho, estas relaciones no son simples. En tanto algunas de ellas son
necesarias, otras son voluntarias. Por otra parte, tener conciencia más o menos
profunda de ellas (es decir, conocer más o menos la manera de modificarlas) ya
las modifica. Las mismas relaciones necesarias, en cuanto son conocidas en su
necesidad, cambian de aspecto y de importancia. En este sentido, la conciencia es
poder. Pero el problema es complejo también en otro aspecto: no es suficiente
conocer el conjunto de relaciones en cuanto existen en un momento dado como
sistema, sino que importa conocerlas genéticamente, en su movimiento de
formación, puesto que cada individuo no es sólo la síntesis de las relaciones
existentes, sino de la historia de estas relaciones, esto es; el resumen de
todo el pasado. Se dirá que lo que cada individuo puede cambiar es bien poco,
en relación con sus fuerzas. Esto, hasta cierto punto, es verdad. El individuo
puede asociarse con todos aquellos que quieren el mismo cambio, y si este
cambio es racional, el individuo puede multiplicarse por un número imponente de
veces y lograr una modificación bastante más radical de lo que a primera vista
parece posible.
Las sociedades
de las que cada individuo puede participar son muy numerosas, más de lo que
pueda parecer. A través de estas "sociedades" forma parte el
individuo del género humano. Así, son múltiples los modos por medio de los
cuales el individuo entra en relación con la naturaleza, puesto que por técnica
debe entenderse no sólo el conjunto de las nociones científicas aplicadas
industrialmente, sino también los instrumentos "mentales", el
conocimiento filosófico.
Que no pueda
concebirse al hombre sino viviendo en sociedad, es lugar común. Sin embargo, de
ello no se sacan todas las consecuencias necesarias e incluso individuales: que
una determinada sociedad presuponga una determinada sociedad de las cosas; y
que la sociedad humana sólo es posible en cuanto existe una determinada
sociedad de las cosas, también es lugar común. Es verdad que hasta ahora, a
estos organismos supra-individuales se les ha dado una significación
mecanicista y determinista (tanto a la socíetas hominum como a la societas
reum); de ahí la reacción contra este punto de vista. Es preciso elaborar una
doctrina en la cual todas estas relaciones sean activas y estén en movimiento,
fijando bien claramente que la sede de esta actividad es la conciencia de cada
hombre que conoce, quiere, admira, crea, en todo lo que ya conoce, quiere,
admira, crea, etc.; de cada hombre concebido, no aisladamente, sino rico de
posibilidades provenientes de otros hombres y de la sociedad de las cosas, de
las cuales no puede sino tener cierto conocimiento. (Como cada hombre es
filósofo, cada hombre es científico, etc…
No hay comentarios:
Publicar un comentario